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Residentes de guerra: los rostros invisibles del periodismo bajo fuego

  • En base a experiencias compartidas por un grupo de periodistas laguneros, es posible describir cómo frente a la espiral de violencia que transcurrió en la comarca del 2007 al 2013, tuvieron que desarrollar mecanismos de autogestión preventiva para protegerse; al tiempo de personificar al vuelo el prototipo de una categoría emergente, distinta a la de un corresponsal de máximo riesgo: la del residente de guerra, por vivir y reportear de forma encubierta dentro de un campo híbrido de batalla. Sin reglas ni códigos, en ese tiempo cualquier periodista o trabajador de prensa era víctima estratégica y calculable. En forma automática, asumía la posición de blanco al momento de ajustarse el punto de impacto en la mira del fusil. 

Durante los años 2007 y 2013 la Comarca Lagunera fue el escenario de un fenómeno inédito de violencia criminal. Única en su historia regional hasta ahora, la escala de enfrentamiento llegó al grado de convertir a esta región interestatal de Coahuila y Durango en una de las zonas más violentas de México y el mundo.
Tomando como referencia información de Inegi y Conapo, entre 2007 y 2012 la Zona Metropolitana de La Laguna (ZML) en Torreón, Gómez Palacio y Lerdo registró un incremento inédito de 5.7 a 88.9 en la tasa de homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes. Al terminar el último año de gobierno del presidente Felipe Calderón, esta cifra sobrepasaba 385.7% la media nacional.

De acuerdo con un estudio internacional de coyuntura sobre las 50 ciudades más violentas del mundo en 2012, la ZML se ubicó en la posición número cinco. La región quedó atrás únicamente de San Pedro Sula (1); Acapulco (2); Caracas (3); y Distrito Central (4), al igual que el caso en primera posición, la ciudad se ubica en Honduras.
El costo humano del periodo 2007-2013, a partir de cifras oficiales, muestra que fallecieron de forma violenta 3 mil 654 personas en la ZML, cifra mayor a las víctimas mortales directas e indirectas de los atentados que destruyeron las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 (3 mil 423). Esos años también concentraron el mayor número de personas desaparecidas en Coahuila. Con un registro de mil 780 casos desde 2001, Torreón refleja la incidencia más alta en la entidad: 548; una tercera parte del total.

Achille Mbembe (Camerún, 1957), politólogo y filósofo que ha estudiado los fenómenos de las nuevas guerras en África, sostiene que, en los conflictos armados de hoy, los distintos grupos sociales viven dentro del campo de batalla. Se trata del lugar donde operan, combaten y fijan sus objetivos las milicias privadas del crimen organizado: territorios poblados por civiles que se encuentran al margen del conflicto.

En ese contexto, forzados por el influjo del miedo y de la violencia, los agentes sociales de información modificaron las prácticas y formas de su ejercicio profesional. Ahí es donde empiezan la historia del periodismo de autogestión preventiva en La Laguna y los rasgos originales del residente de guerra: ante todo, la evaluación del peligro antes de salir a la calle. Ante todo, el principio de la supervivencia encubierta, al vivir y reportear en el peor de los mundos posibles para entregar todos los días el más digno y mejor trabajo posible.

Ni un reportero menos

La tarde del lunes 25 de mayo de 2009 Eliseo Barrón Hernández había terminado la misión del día en la redacción de Multimedios-Milenio Laguna. Una fragorosa jornada más para El Patrón del círculo de periodistas policiacos. Equipo de cómputo en modo apagado. Llaves y herramientas alzaron vuelo en mano desde el escritorio. Alto, complexión gruesa, rostro alegre, sonrisa permanente, noble, solidario al cien. Nació en el ejido Paso del Águila, municipio de Torreón. Hombre de campo, orgulloso siempre de sus orígenes. Agrónomo de profesión y reportero de tiempo completo con 36 años de edad.

Minutos después de llegar a su casa en el sector Parque Hundido de Gómez Palacio, Durango, un comando irrumpió. De súbito, el pánico y las súplicas. Niñas y esposa intentando lo imposible. “¡No se lo lleven!”. Gritos, amenazas y fusiles de alto poder protagonizan el forcejeo. El secuestro se ha consumado. Al final, la caída. El más triste y peor de los desenlaces. Pasaron ya 10 años, 11 meses.

Reportero con más de 35 años de experiencia, promotor de la formación de periodistas y cercano a Eliseo, Juan Noé Fernández relata cómo, junto a varios colegas, vivió los sucesos posteriores al secuestro. “Ya noche, reunido con un grupo de compañeros, nos llegó un primer mensaje: ‘Levantaron a Eliseo’. Al día siguiente, recibí otro mensaje como a las nueve de la mañana: ‘Ya lo encontraron. Está muerto’”.

A raíz del incidente, formó parte de un grupo de colegas que convocó a una marcha de protesta el domingo 7 de junio, el día de la Libertad de Expresión en México. Una gran pancarta rectangular era sostenida por quienes integraron la vanguardia en la manifestación. Inédita en la historia regional, la exclamación ¡Todos somos Eliseo!, ¡Freno a esta terrible impunidad!, fue esencial desde el gremio para acentuar el sentido de solidaridad ante la pérdida, aunque también implicaba la condición de un riesgo latente para todos; como de hecho así era, fue y ha sido. La proclamación de inconformidad se estampó mediante dos frases en camisetas color naranja: ¡Todos somos Eliseo!, en el frente; ¡Esta guerra no es nuestra!, y ¡Ni un reportero menos!, en la espalda.

“Salimos de la puerta principal del periódico Milenio y nos juntamos alrededor de unas 100 personas, entre periodistas, defensores de derechos humanos, gente de la iglesia católica, monjas algunos familiares. Creo que la mayoría quedó fuera de esto por ese temor que existió y que sigue existiendo”.

Para Juan Noé, este hecho marcó el punto de partida para buscar una integración más solidaria y fraterna en el gremio lagunero. “Esto trae con el tiempo la formación del gremio Voces Irritilas, con periodistas de la Comarca Lagunera de Coahuila y Durango, en que más que enfrentar y ser contestatarios, nos hemos decantado por la capacitación”. A más de una década, habla de que la pérdida de Eliseo también representa un duro parteaguas. “Los latigazos de la realidad fueron muy crueles. Hay un antes y un después de la prensa. Fue algo inédito, trágico y muy doloroso”.

A 17 de días del homicidio, el 11 de junio en Gómez Palacio fue detenido en un retén del Ejército un grupo de cinco hombres con armas y droga. Fueron presentados como autores del secuestro. Uno de ellos confesó haberle quitado la vida a Eliseo y previamente a una funcionaria de la Procuraduría de Justicia del Estado de Durango. No obstante, al menos hasta 2018, mediante un informe del Estado mexicano presentado a la Unesco, es posible saber que el crimen por el que Eliseo Barrón perdió la vida mantiene el estatus de averiguación previa. Hasta hace un año y medio, el expediente seguía abierto.

Residentes de guerra: periodistas locales en los conflictos armados de última generación

En el año 2005, dos militares norteamericanos James Mattis y Frank Hoffman denominaron Guerras Híbridas a la ambiguos rasgos de conflicto armado irregular o no convencional que ha predominado en el mundo desde principios de los años 1990. Su reflexión surge del tipo de resistencia y logística utilizados por células insurgentes en las intervenciones militares de Estados Unidos en Irak y Afganistán.

De esta manera, definieron conflicto híbrido a todo aquel donde prevalecen adversarios que de forma simultánea y adaptativa emplean una fusión mixta de armas convencionales, tácticas irregulares, inducción de miedo, ataques a redes comunicacionales, sabotajes informáticos y guerra comercial.

En opinión de Román Ortiz, especialista en estudios internacionales, las guerras híbridas representan el principal reto de la seguridad. “Es posible encontrar (en ese rango de categorías) desde cárteles que emplean fuerzas especiales y operaciones de información; hasta milicias fundamentalistas del Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS)”.

A través del libro Periodistas bajo fuego (Journalists Under Fire) Howard Thumber y Frank Webster hablan de una era de nuevos conflictos a la que llaman “guerra de información”. Desde su punto de vista, estas nuevas guerras no sólo tienen que ver con procesos informáticos globales de comunicación o conocimiento, sino con una amplia articulación de procesos sociales políticos y económicos.

Por lo tanto, dicen, la forma de hacer coberturas y entender la definición de corresponsal han cambiado. Así, más que corresponsales de guerra, hablan de que los periodistas asignados a cubrir conflictos armados, cumplen ahora más una función de corresponsales en primera línea. Ello, en contraposición al corresponsal de guerra clásico, usualmente protegido por leyes internacionales y “empotrado” en alguno de los ejércitos combatientes, formalmente establecidos.

“Los corresponsales en las guerras de información operan en medio de límites difusos y territorios indefinidos. Suelen pasar periodos relativamente cortos de tiempo en las zonas de conflicto, donde tienen a conseguir el apoyo de productores locales para tener acceso a fuentes de información y suministros. Bajo estas nuevas circunstancias, “los peligros que enfrentan los enviados especiales no son tan graves como los que tienen ante sí los periodistas locales”.
Así, coinciden, periodistas y productores locales de información son los “héroes no reconocidos” en el trabajo de información de alto riesgo, puesto que se trata de la gente que vive en la zona del conflicto y permanece. Es la gente que los nuevos corresponsales al terminar su trabajo dejan atrás.

De ahí la noción del residente de guerra: todo periodista o trabajador de prensa que vive y labora dentro de un campo de batalla no convencional, propio de las guerras híbridas del Siglo XXI. A diferencia del nuevo corresponsal en primera línea que llega y se retira al concluir la cobertura, el periodista residente de guerra está asentado en el lugar del conflicto, ahí están su casa, familia, padres, círculos de amistad y la sede de su trabajo. Bajo esa condición, es mucho más frágil por tener puntos indirectos de acceso que lo hacen más vulnerable ante un acto de agresión. Su línea defensiva esencial es el anonimato, le es necesario ocultar su identidad y acude al última recurso posible: reportear y trabajar de forma encubierta.

Rostros invisibles
 

El principio de la autogestión preventiva entre los periodistas de La Laguna tomó auge a medida que los niveles de inseguridad empezaron a despuntar en 2007. Desarrollar el trabajo de campo se volvió más inestable por las condiciones de hostilidad. En paralelo, de manera gradual el temor se irradió a todos los integrantes del gremio, toda vez que en ese entorno el solo hecho de ser periodista escaló a máximo riesgo.

“Era muy difícil realizar la cobertura, al quedar en medio de todos los actos de violencia que se daban aquí en la Comarca Lagunera, porque independientemente de que tú reportearas seguridad podrías estar expuesto a que te hicieran algo, que te pasara algo, a que te secuestraran. Incluso entre los mismos compañeros había comentarios de que te seguían, independientemente de cubrir cultura, o espectáculos. El hecho es que había ese temor por la inseguridad”, recuerda Gema Cardiel, conductora de espacios informativos en televisión por cable, y quien se desempeñaba en aquel tiempo como reportera de fuente asignada y corresponsal de un medio de comunicación estatal multimedia.

El trabajo encubierto de información se volvió dinámica diaria. Fue de esta manera que el anonimato en la firma de las notas tuvo que trasladarse a la calle, dando pie a la práctica periodística desprovista de identidad visible.

“Yo recuerdo que nuestros jefes, al menos en mi caso y mis compañeros, nos empezaron a sugerir que no usáramos carros ploteados (sin rótulos institucionales), playeras sin el logo del canal, sin el logo de la radio. O sea, nada que te identificara con ser parte de un medio de comunicación. Tenías que autocensurarte por toda la situación que se estaba viviendo. No podías confiar ni en las corporaciones”.

De pronto, sociedad y periodistas quedaron inmersos en situaciones de violencia que tuvieron un efecto generalizado, comenta Brenda Alcalá, reportera en campo y corresponsal de medios nacionales e internacionales con más de 20 años de experiencia. De facto, el toque social de queda representó la vía más segura para permanecer al margen de la incidencia criminal. El gremio, dice, tuvo que recurrir a las coberturas en grupo y al monitoreo constante de actividad durante las jornadas de trabajo. Los protocolos de seguridad tomados al vuelo derivaron en cuidar, incluso, cada línea en la redacción de las notas. En ese tiempo, reconoce, los periodistas laguneros fueron absorbidos por una guerra ajena.

“La redacción de cada uno de nosotros tenía que ser muy puntual. En los reportes policiacos teníamos que evitar reproducir los mensajes de un grupo hacia otro. Nos encontramos inmersos en una guerra que no fue nuestra. Sin embargo, de pronto estábamos en medio y ya no pudimos salir de ella. Teníamos que sobrevivir a las coberturas. Somos reporteros sobrevivientes de una cobertura complicada, difícil y en zona de riesgo”.

Durante el curso de esa inercia, poco a poco fueron desapareciendo los gafetes y chalecos de prensa. De pronto, el tomar decisiones bajo la secreción del miedo se hizo indispensable para sobrevivir. Acudir presencialmente en aquel tiempo a la escena de un crimen significaba cruzar la línea del no retorno hacia el suicidio. El reporteo a control remoto era la vía más recomendable para conseguir la información y preservar la integridad. Se trataba de un asunto límite. Esperar el comunicado, fotos y video por Internet representó uno de los modos clave de supervivencia.

Redacción bajo fuego: jugándose la vida en círculos de ruleta rusa
 

Posterior al secuestro simultáneo de cinco trabajadores al margen de actividades de información, durante un lapso de tres días consecutivos por la tarde, el lunes 26, martes 27 y miércoles 28 de febrero de 2013, las instalaciones de El Siglo de Torreón fueron el blanco de ataques con armas de fuego. Milicias pertenecientes a estructuras del crimen organizado llevaron a cabo las agresiones, buscando atentar contra la vida de periodistas, editores y personal de la empresa.

“Yo me quedé impactada. No sabía qué hacer”, narra Edith González, reportera que trabajó para ese medio de 2007 a 2019. Ubicada en su espacio de trabajo del área de redacción durante una de las agresiones, casi al finalizar su jornada, vivió los incidentes al interior del periódico durante el atentado, justo cuando agentes de la Policía Federal impartían un curso de capacitación.

“Eran como las seis de la tarde. De repente se escuchan las detonaciones. No sabes qué es lo que está pasando. A pesar de que cubría eventos policiacos, a mí nunca me había tocado ninguna balacera en la calle. Ninguna. Del montón que había, siempre me había salvado de este tipo de situaciones. No podía creer que eso estuviera pasando en el lugar donde estaba trabajando y que suponía era de los más seguros. De repente empezaran los estruendos, las ráfagas. Volteé hacia el lugar de la capacitación de la Policía Federal, porque creía que se habían metido por ellos. No reaccioné más en ese momento, hasta que una compañera me agarró y me aventó al piso: ‘¡Agáchate! ¡Nos están atacando!’”.

Primitivo Ríos se desempeñó como reportero en campo de 1987 a 2017, y en la última fase de su actividad profesional estuvo asignado a la fuente de seguridad pública. Tiene presente en particular el último de los incidentes, a causa del temor que experimentó, así como las secuelas físicas y emocionales que desarrolló. Estaba a punto de llegar a casa.

“Me enteré de la situación. Supe que una compañerita de Recursos Humanos se salvó de milagro porque una de las balas le pasó apenas por encima de la cabeza. Luego, unos compañeros reporteros me llamaron por teléfono. Entonces, me entró pavor. Dije: ‘Van a venir por mí a la casa’. Cerré bien la casa, todo. Esa noche casi no pude dormir. Porque yo estaba casi seguro de que iban a ir por mí. Yo estaba cubriendo la policiaca. Y sabia que estaban buscando a los que escribían las notas. Esa noche fue inolvidable y espantosa. No se me va a olvidar nunca. Me agudizó mi gastritis, mi colitis. Hoy día tengo hasta gastritis crónica. Quedé marcado por el resto de mi vida”.

Para Primitivo, aquellos “fueron días de pánico que hermanaron a todos los trabajadores del periódico, al menos para compartir nuestro miedo”. Sobre el secuestro múltiple de sus compañeros, “yo tuve hasta delirio de persecución, presintiendo que también me iban a agarrar, que me iban a matar”, expresa al recapitular la experiencia de ese tiempo.

“Te llenas de miedo y temor. Pero no podíamos acobardarnos tampoco. No sé, era una especie de compromiso con la profesión, con el trabajo y los lectores. Al final era como un juego de ruleta rusa. Salía de casa, lo hacía por mi voluntad; aunque al final del día no tuviera la certeza de regresar”.

El 7 de marzo de 2013, autoridades de seguridad estatales y federales dieron a conocer la detención de 21 personas, ligadas presuntamente a los atentados. Entre 2007 y 2013, este medio alcanzó notoriedad en México y el mundo por la violencia ejercida contra su estructura organizacional y corporativa. Recibió 10 agresiones: cinco trabajadores fueron secuestrados; su edificio fue blanco de un número similar de ataques con explosivos y armas de fuego.

Epílogo: una larga cadena de violencia

Después del secuestro y homicidio de Eliseo Barrón entre los días 25 y 26 de mayo de 2009, prosiguió en La Laguna una serie inédita de atentados contra periodistas, trabajadores de prensa e instalaciones de medios de comunicación. Se fue describiendo así el periodo más violento que haya experimentado la prensa regional en su historia.

Ese mismo año, el martes 18 de agosto a la 1:30 de la mañana, armas de alto poder se utilizaron para provocar daños materiales en el mobiliario y la puerta principal de El Siglo de Torreón. No se reportaron lesionados.

Al mediodía del martes 22 de junio de 2010, el edificio del periódico Noticias de El Sol de La Laguna, fue blanco de un ataque armado. Al descender de un vehículo, dos personas con el rostro cubierto abrieron fuego, impactando la fachada y lesionando a una trabajadora del área de recepción.

La noche del miércoles 9 de febrero de 2011 en lo alto del cerro de Las Noas, un comando ingresó a las instalaciones del área de transmisión de Radiorama de La Laguna y Multimedios Televisión. En el primer caso, dos personas sufrieron agresiones físicas. En el segundo, el ingeniero de operaciones Rodolfo Ochoa Moreno murió al recibir varios impactos de arma de fuego, mientras por teléfono intentaba pedir ayuda.

Seis meses después, el 20 de agosto, alrededor de 20 mil espectadores y los reporteros asignados a la fuente deportiva para cubrir el partido Santos contra Morelia vivieron una crisis colectiva por un incidente de violencia, al registrarse en el minuto 40 del primer tiempo un enfrentamiento entre fuerzas de seguridad y civiles armados en el perímetro del Estadio Corona.

Al filo de las 2:40 horas de la madrugada del martes 14 de noviembre, un comando lanzó un ataque en contra de las instalaciones de El Siglo de Torreón. Frente a la puerta de personal incendiaron un automóvil, posteriormente dispararon sobre el acceso al área de ventas y recepción. Afortunadamente sólo se reportaron daños materiales.

Debido a la ausencia de garantías, precipitada por la supresión de las corporaciones de Seguridad Pública y Tránsito en los municipios de Gómez Palacio y Ciudad Lerdo; y la clausura del Centro de Readaptación Social (Cereso) número 2, entre los meses de octubre de 2012 y mayo de 2013, un grupo amplio de periodistas decidió cancelar coberturas presenciales de información del lado de la Comarca Lagunera de Durango.

Entre el jueves 7 y viernes 8 de febrero de 2013, cinco trabajadores de El Siglo de Torreón fueron secuestrados y posteriormente puestos en libertad por parte de una estructura del crimen organizado. Ninguno de ellos desempeñaba funciones periodísticas. Se trataba de personal asignado a las áreas web, de publicidad y cobranza.
Semanas después, los días 26, 27 y 28, grupos armados ejecutaron ataques contra las instalaciones de ese mismo periódico. Al final de la última agresión, las autoridades reportaron gente afectada por crisis nerviosas, lesiones por arma de fuego en una persona al margen del medio y el fallecimiento de un transeúnte.

En 2014, mediante el addendum La seguridad de los periodistas y la cuestión de la impunidad, la Unesco llamó a condenar la violencia contra periodistas y trabajadores de los medios de comunicación en el mundo. Desde luego, el caso alude implícitamente al pasado de las guerras híbridas en la comarca, justo cuando surgió la era de los residentes de guerra en La Laguna: una comunidad integrada por trabajadores de prensa bajo riesgos latentes de agresión, así como por periodistas forzados a escribir o hablar utilizando el silencio para contrarrestar el miedo y la violencia; a producir noticias en el desierto de las voces sin rostro.


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