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Sábado de campeonato en el Fénix: memorias de la guerra desatada por un botellazo de caguama

Facebook | 1o de mayo de 2011

Gómez Palacio, Durango

14:01 horas


Es 30 de abril del año 2011. Comunidad agrícola de El Fénix, municipio de Gómez Palacio, Durango. Día del Niño. El sol, en declive. Tendidos e inconscientes sobre el círculo central yacen dos personas. Se trata de un hombre y una mujer a quienes les acaban de romper la cabeza con una botella de caguama. 

Ya en el suelo, leñas del árbol caído, les vociferan groserías de grueso calibre. La frecuencia de los insultos se asemeja al ciclo del disparo secuencial de un R-15 o Cuerno de chivo. Sin el menor sentido de la misericordia, les trituran el cuerpo a  palos y patadas. Bien dicen los viejos dos cosas, una, que los sábados se suelta el diablo y otra, que la raza en el rancho es intensa y generosa para todo, sea fiesta o pleito, hay que hacerse notar. Decenas de teléfonos celulares saturan la línea de emergencia 066. 

La radio operadora de la Dirección de Seguridad Pública de Gómez Palacio contesta y dice: “Ya está hecho el reporte”. Respuesta lacónica, pretexto inmejorable para propinarle una mentada de madre. Ya ni la chinga, si supiera cómo se puso el zafarrancho, hasta al Ejército le hablaba la güey o, ya de perdis, a los federales. Una sobredosis de burocracia para extinguir el incendio expansivo de un campo de juego convertido en un cavernario ring colectivo y tumultuario. 

Aquí puro pinche rudo y ruda,  cabrón. Una perrita boxer blanca zigzaguea en estampida con el lomo cubierto de sangre, los restos de la mezcla de carnes, mejor conocida como discada, la detienen sobre la zona del festejo de los integrantes de Linamar, empresa de capital canadiense especializada en la fabricación de productos automotrices.  Una señora pregunta por el paradero de un niño de tres años expulsado por la ira de una encrespada marea humana. Minutos antes, el ataque sorpresivo de un enjambre de abejas. ¿Pos qué chingaos falta pues? ¡No mames! ¡Esto está de la chingada! 

La colonia agrícola El Fénix se encuentra sobre el costado oriente de la carretera a Ciudad Juárez, en automóvil, a sólo tres minutos del Centro Penitenciario número dos, en el ala norte del municipio. La Indiferencia policiaca es criminal. Nada qué hacer. Tan solo esperar el tiempo necesario para huir de la trampa, correr por instinto y proteger a los niños y a las mujeres.

Es 30 de abril, día inmejorable para que el batallón infantil presente  reciba en  familia muestras de afecto, empuje a sus papás hacia la victoria y sea objeto de  un motivo más de celebración. Dos pájaros de un tiro. La espera del trofeo se prolonga. Linamar celebra su primer campeonato entre bromas, anécdotas,  brindis y  un cargamento más o menos regular de  Tecate Light, Indio y Carta. 

Para  no dejar fuera la tripa, nada mejor que  una suculenta discada revuelta por Pablito y aderezada con una salsa especial de doña Elvira, la mamá del portero;  un guardameta a quien, ya instalada  en las profundidades del cotorreo y la carrilla cáustica,  la banda alegre y “pesada” del “jale”  lo caricaturiza evocando la figura de un héroe bonachón y  con algunos kilos de más: Kung-Fu Panda.

En la recta final del juego, El Charly, logra abrirse paso entre un mar de guardias defensores, patea el balón hacia un extremo de  la puerta, fuerte y a ras  de pasto, la pelota termina por  estrellarse  en  la red. Tarde a la cita, el  portero del Fénix respira la estela del polvo letal  dejada por el esférico  y exhala un “¡Puta madre!”, mientras su rostro emerge del montón de tierra que cubre inerte  la línea de meta.  

La estampa de la primera final del día  es  de contraste. Los que visten de rojo  alzan los brazos, se felicitan mutuamente y ensordecen con gritos de júbilo el alarido  de la victoria: “¡Eso es todo cabrones!”, “¡Bien hecho mi Roger!”, “¡No mames Chaparro, te tragaste ese pinche gol!”,  “¡La copa, la copa!”, “¡Linamar, Linamar, Linamar, Linamar!”. 

El club deportivo del Fénix arrastra el maleficio inherente al  uniforme que porta; es idéntico al del  equipo América en tiempos del 10 paraguayo Salvador Cabañas: sin títulos  ni trascendencia. Los locales sufren la vergüenza de una derrota monumental en casa. La impotencia los cubre de silencio. Ambos equipos permanecen en el centro deportivo para la  entrega de los trofeos. Al campeón y al subcampeón les falta su respectiva  corona. Tendrán que esperar a que el otro partido  final termine. Linamar se decide por la convivencia familiar en los límites exteriores del campo número dos. 

Sobre ese mismo terreno de juego, ya resignados, los del Fénix se avientan una “piquita” con un adversario “combinado”, el cual  porta camisetas alusivas al Santos y al Atlas de épocas anteriores.El mismo día en que la convención social determina celebrar la infancia, dos escuadras de fútbol, dirimen sus viejas rencillas, sin haber partido de por medio, a punta de piedras, palos y botellas de caguama rebosantes de cerveza. La imagen del incidente es, por lo menos, absurda. Se disputa la última de las dos finales programadas. 

El equipo finalista de Las Huertas, ataviados al estilo rojinegro del Inter de Milán, está por iniciar una serie de tiros penales contra quienes, portando un atuendo similar al del Deportivo La Coruña  (pantalón corto en azul rey, camiseta albiazul  a rayas en posición vertical),  son sus rivales  en turno: el Club Santa Rosa. Durante más de 120 minutos, los dos mejores de la liga no han sido capaces de “meterla” en la portería. Es un cero a cero trepidante.Un “espontáneo” altamente alcoholizado, por lo menos,  se la hace de “tos” a un integrante del  Fénix Sport Club, son coterráneos. 

Algunas mujeres toman parte en la airada discusión. Gritos y reclamos mutuos. Nadie pretende ceder. Empieza el manoteo. Cada quien aparta a su cada cual del conflicto y sin embargo vuelven a enfrascarse en una inercia de vaivén interminable.   La pelea sube de tono. Empiezan los madrazos. Súbitamente y sin explicación aparente alguna, los del Inter de Milán-Huertas Gómez Palacio, abandonan la serie de penales y olvidan la definición del juego de campeonato. 

Sorprendidos, atónitos,  los árbitros y el conjunto del  Deportivo Santa Rosa  miran pasmados cómo en, masa, el  finalista  contrario, bajo un esquema de  formación T en B (O sea, Todos en Bola),  se desplaza velozmente hacia el otro campo, brinca la cerca imaginaria  e interviene  inexplicablemente en la reyerta. Son más que los del Fénix. ¿Alguna noticia sobre los dos  que encendieron la mecha? Nada, ni idea. La putiza es contundente. 

Batalla campal, golpes, heridos, piedras, palos y botellas de caguama repletas de alcohol en funciones de proyectil. Niños y mujeres en riesgo. En un abrir y cerrar de ojos,  la fiesta se transforma y queda a punto de alcanzar el nivel de tragedia para los Red Devils Región Cuatro.El lanzamiento descomunal de un tonel cristalizado de cerveza Indio, buscando impactar  la humanidad de alguno de los rivales, pega en la pata de una silla de plástico, a milímetros de la pierna derecha  de una de las mamás presentes: “¡Calmados putos, hay familias aquí!”, “¡Lárguense a chingar su madre para otro lado!”, “¡Váyanse a la verga, no mamen!”, reclama la legión escarlata. 

La lógica del caos, ahora ya no es el balón ni el campeonato, sino la vida, lo que está en juego. Las fuerzas en combate se repliegan.  El Fénix amontona sus líneas sobre el acceso al rancho y a los campos: tapa la única salida posible: “¡Se la van a pelar culeros!”.  Los del Inter de Milán- Huertas, se reorganizan y se rearman con lo que encuentran en los linderos del centro recreativo, preferentemente, riscos de  tamaño estándar  que cubran  la mano. Sin deberla ni temerla,  el grupo familiar de Linamar queda atrapado en el ala  norte del recreativo.  Un grupo de personas levanta a los “casi-muertos”  del círculo central  trazado sobre el césped del  campo número dos y, a rastras, los traslada  a una zona menos hostil.  

Un supervisor adscrito a la compañía de capital canadiense llora y reprueba el exceso de fuerza infringido en contra de esa  pobre mujer  en estado de  inconsciencia.  Inevitable pedir auxilio a la Cruz Roja. Alguien, no sé de  quién se trate, negocia la salida de los que están al margen del incidente: “¡Sale primero Santa Rosa!”, exclama uno de los encargados de las canchas.  

El segundo bloque de evacuación le corresponde a Linamar.  Poco a poco el estacionamiento se vacía, parece un blanco-tierra de gas lacrimógeno.  Los autos desaparecen, se pierden de vista, no por la lejanía sino por el denso polvo que levanta la fricción de las llantas con el suelo. De súbito, la tregua, mientras la noche oscurecía aún más el negro panorama. A lo lejos, la sirena de una ambulancia que  se divisa y entra al  pueblo para atender a las víctimas colaterales.  

Un respiro de alivio conforta a quienes estaban esperando el momento preciso para salir a salvo con los niños que han vivido un treinta  de abril y algo parecido a un  dos  de noviembre el mismo día.Casi dos horas después de la trifulca, dos patrullas de la municipal incursionan  en el pueblo.  La seguridad, bajo tal antecedente no es más que una falacia. Un cuento de ácido humor negro. 

“El 066, respuesta inmediata”, proclama oronda la autoridad. Es claro que los criterios oficiales para atender una llamada de emergencia son muy laxos: entre cinco minutos y dos horas. Chíngate y si quieres, si no, llama las veces que quieras, de todos modos te la vas a “persignar”: “Ya está hecho el reporte”.

Es un sábado inusual de competencia futbolera en el cierre de un torneo de liga local. Las dos finales quedan incompletas. Un campeón que no recibe su corona y un equipo que abandona  el partido de campeonato antes de los  penales por irse a dar de chingadazos con el viejo rival de casa. Bien dicen que si Kafka hubiera nacido en México, habría sido un escritor costumbrista.  

Por cierto, yo portaba una cámara fotográfica. Definitivamente, en casos así, mejor manos libres. Retraté con los ojos y éste fue el cuadro bizarro que pude captar. En la huída: "¡Sube a los niños!", “¡Vámonos ya, güey, ahorita está calmado el pedo!”, “¡Prendes las intermitentes y baja los vidrios del carro si andan polarizados!”, “¡El lunes vemos lo del trofeo!”. Absoluta y completamente de acuerdo, la familia es lo más importante.  Al final,  los saldos de la angustia: un gol  glorioso de último minuto y un escape infernal  producto del terror que imprime la violencia. Una terregosa fuga impulsada por  los resortes del miedo.

JCNava

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